sábado, 16 de marzo de 2013

Cine vía satélite: un paso más hacia la implantación del estándar digital


A lo largo de las últimas semanas, varias noticias en la prensa especializada se han hecho eco de los primeros acuerdos para dar un paso más en la implantación efectiva del estándar digital en el mercado cinematográfico. En concreto, la transmisión de películas vía satélite a los cines directamente. Hace diez días, por ejemplo, The Hollywood Reporter anunciaba el acuerdo al que habían llegado la Digital Cinema Distribution Coalition (DCDC) –consorcio tecnológico participado por Warner y Universal que impulsa en Estados Unidos la implantación del cine digital– y cinco grandes estudios de Hollywood (Lionsgate, Universal, Disney, Warner y Paramount) para distribuir sus películas de estreno vía satélite.


Según indicaba el portavoz de la DCDC, Randolph Blotky, “el objetivo es disminuir los costes de distribución al mínimo posible, incluso hasta cero, con el paso del tiempo”. Y Dan Fellman, responsable de distribución nacional de Warner, aseguraba que “este nuevo servicio garantiza que el público recibirá la experiencia audiovisual de mayor calidad posible al tiempo que los exhibidores y los proveedores de contenido alcanzarán un modelo de negocio más estratégico, seguro y rentable”. Según la analista que firmaba esta noticia, “es posible que éste sea el último año en que se distribuyen copias físicas en los cines norteamericanos”.

Por otro lado, esta misma semana hemos asistido a la presentación en España de un nuevo sistema de transmisión de películas vía satélite directamente a los cines, desarrollado por Deluxe Spain, en la colaboración de Ericsson, MoMe e Hispasat, tal y como recoge Panorama Audiovisual. Esta innovadora propuesta agiliza enormemente el proceso de distribución y garantiza al mismo tiempo la eficiencia y la seguridad. Se estima que, en un principio, podrán distribuirse 20.000 copias de películas y 30.000 tráilers al año en cerca de 2.000 salas de cine, en todo el territorio nacional, a través del satélite Hispasat 1E y sin necesidad de utilizar ningún tipo de soporte físico.

Presentación de la nueva tecnología en los cines Callo de Madrid

La transmisión de películas vía satélite supone un importante avance en la consolidación del formato digital como estándar definitivo y en la desaparición total de la copia física –y, en consecuencia, de sus consiguientes problemas logísticos–. La sustitución de las latas de celuloide que los cines recibían de las distribuidoras por la actual copia digital –el Digital Cinema Package o DCP– ha supuesto sin duda un primer paso. Sin embargo, mantiene todavía las complicaciones de una logística basada en copias físicas. En este caso, el DCP se distribuye a través de discos duros que se envían a los cines por medio de embalajes muy protegidos, dada su fragilidad. Los exhibidores descargan el DCP en el servidor del proyector y posteriormente deben devolver el disco duro a la distribuidora para su reutilización. Todo ello exige una logística no exenta de riesgos, así como unos tiempos de entrega de las copias que varía entre unas pocas horas y varios días, según la ubicación de las salas.

Gráfico que recoge el proceso de transmisión de películas a las salas de cine vía satélite
Todo este proceso podrá sustituirse ahora por una única transmisión de la película desde un servidor central a todos los cines de modo simultáneo, vía satélite. Con el fin de proteger estos envíos de la piratería, los exhibidores recibirán una contraseña digital que les permitirá desencriptar la película. En el caso de España, por ejemplo, gracias a la capacidad del satélite Hispasat, los cines podrán descargar una película de tamaño medio –unos 200 gigabytes- en unas tres horas y un tráiler en apenas unos minutos.

Tal y como se apuntaba al comienzo, la transmisión de cine vía satélite revolucionará el actual modelo de negocio de productores, distribuidores y exhibidores. Sin embargo, existen todavía importantes incógnitas. Los distribuidores, tal y como los conocemos, tenderán a desparecer o deberán reconvertirse, ya que esta nueva tecnología elimina la intermediación entre los proveedores de contenido y los puntos de venta; sólo sobrevivirán aquellos que, de hecho, se hayan reconvertido también en (co)productores (como ocurre con los grandes estudios de Hollywood). Por su parte, los exhibidores ahorrarán costes de personal e infraestructura y ganarán en variedad de oferta (no sólo películas sino todo tipo de entretenimiento y espectáculos). Y los productores disfrutarán de las ventajas de una relación más directa con el consumidor (desaparición de intermediarios), que permitirá poner productos en el mercado a un menor coste y, por tanto, de una mayor participación en los beneficios de explotación.

 Queda por ver, sin embargo, si al anunciado –y evidente– ahorro de costes en la distribución se traducirá en un descenso en el precio de las entradas. Entre todas las opciones de ocio audiovisual, el cine es el que ha sufrido una mayor escalada de precios. Sin embargo, este punto no está claro. De hecho, en otras industrias como la editorial, los excesivos precios de las copias digitales (ebooks) sigue sin reflejar el ahorro real del proceso. Y, lo que es más preocupante, no se ha reajustado equitativamente el porcentaje de los derechos de autor (aunque el coste de producción y puesta del producto en el mercado ha disminuido de manera drástica, no ha aumentado proporcionalmente el porcentaje correspondiente a los autores). Tarde o temprano, el mercado se plegará a la nueva realidad y aquellos que posean derechos sobre contenidos audiovisuales tendrán la capacidad de imponer sus normas. Porque, en definitiva, en el nuevo escenario digital, el contenido sigue siendo el rey.

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sábado, 2 de marzo de 2013

Oscars 2013: Ni vencedores ni vencidos


Hay quien ha afirmado que en esta última edición de los Oscars no ha habido ni grandes ganadores ni grandes perdedores. Tampoco ha habido grandes sorpresas. Las tres películas que más expectación habían despertado y que se postulaban como las principales favoritas, se han repartido de modo equitativo los premios: Argo (3): Mejor Película, Mejor Guión Adaptado y Mejor Montaje; La vida de Pi (4): Mejor Dirección, Mejor Fotografía, Mejor Banda Sonora y Mejores Efectos Visuales; y Lincoln (2): Mejor Actor Principal y Dirección Artística.



A priori, la lista de las nueve películas que optaban al máximo galardón representaban una interesante variedad de apuestas cinematográficas. Desde thrillers de corte tradicional como Argo o La noche más oscura, o biopics patrióticos como Lincoln, hasta nuevos exponentes de géneros clásicos como el musical (Los miserables), el western (Django desencadenado) o la comedia romántica (El lado bueno de las cosas), pasando por el cine más independiente (Bestias del sur salvaje o Amor) y sin dejar de lado otras películas tan bellas como inclasificables (La vida de Pi).

Entre los posibles comentarios y valoraciones que podrían hacerse sobre esta 85 edición de los Oscars, destacaría, en primer lugar, la consolidación de Ben Affleck como uno de los actores-directores con mayor talento. Con apenas tres títulos a sus espaldas –Adiós, pequeña, adiós (2007), The Town (2010) y Argo (2012)– se ha consolidado como un realizador maduro, con un cine inteligente y profundo, que guarda cierto paralelismo con el de otros actores-directores como George Clooney o Clint Eastwood. Aunque el Oscar a la Mejor Dirección se lo haya arrebatado Ang Lee, Affleck ha confirmado su valor en alza en Hollywood.


En segundo lugar, destacaría La vida de Pi como una singular experiencia narrativa y sensorial, un tipo de cine a medio camino entre la fábula moral y la fantasía, muy al estilo de Big Fish (2003); un relato visual de gran belleza y calado. Ang Lee ha demostrado ser un director tremendamente versátil, y con esta película ha alcanzado unas cotas de dominio del arte cinematográfico al que pocos directores pueden aspirar.

Un caso diferente es el de Steven Spielberg. Me llama la atención que, siendo un director tan vigoroso en la puesta en escena y en el manejo de la urdimbre emocional del relato cinematográfico, sea tan desigual en algunas de sus películas. Así por ejemplo, poco tiene que ver a mi juicio el Spielberg de El imperio del Sol (1987), La lista de Schindler (1993) o Salvar al soldado Ryan (1998) con el de Amistad (1997) o Caballo de batalla (2011). En este sentido, Lincoln se queda a medio camino. Sin duda, se trata de una película por encima de su media, pero no alcanza el nivel de sus mejores filmes. Curiosamente, como ha señalado la crítica, este retrato de uno de los presidentes norteamericanos más emblemáticos resulta hasta cierto punto frío y sin alma. Le salva la poderosa y convincente interpretación de Daniel Day-Lewis, que nos ofrece en todo caso el lado más humano del personaje , mezcla de fragilidad física y firmeza interior.


Un cuarto caso digno de mención es Quentin Tarantino, uno de los enfants terribles de Hollywood, que vuelve a conquistar al público, a la crítica y a los profesionales como ya lo hiciera anteriormente con Malditos bastardos (2009). Su peculiar homenaje al spaghetti western –tan violento y surrealista como sus predecesores–, le ha otorgado su segundo Oscar como guionista (el primero fue por Pulp Fiction, 1994).


Finalmente, en estos últimos Oscars ha vuelto a destacar el cine europeo a través de la pluma existencialista de Michael Haneke, cuya última película, Amor, se ha alzado con el Oscar a la Mejor Película Extranjera –al mismo tiempo que competía también en el resto de categorías. Haneke es fiel a su visión del hombre y del mundo, tan cortante y desesperanzada. En cualquier caso, y como se ha visto en los últimos años, el cine europeo compite en igualdad de condiciones con el hollywoodiense, en este escaparate internacional que son los premios de la Academia Americana.




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